El enfoque sintomático de la salud está basado en un paradigma de la práctica médica que tiene una visión mecanicista del ser humano. Sus bases filosóficas se arraigan en la cosmovisión del siglo XVII, donde René Descartes postuló la dualidad cuerpo-mente e Isaac Newton desarrolló el modelo mecánico del universo.

La medicina tradicional, basada en el modelo newtoniano de la realidad, considera así al cuerpo físico como un complejo mecanismo biológico gobernado por el cerebro y el sistema nervioso periférico. Este tipo de medicina “objetiva” actúa sobre aquello que se ha descompensado o enfermado en el cuerpo, sean órganos, procesos químicos, funciones, etc. Es decir, desde una mirada mecanicista y fragmentada. Tanto los recursos quirúrgicos como los farmacológicos proporcionan aportes valiosos para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades, pero ignoran, desde la visión newtoniana, a las fuerzas vitales que dan vida en los sistemas vivientes.

La curación vibracional supone nuevas maneras de considerar a la enfermedad, ya que se intenta corregir las disfunciones del organismo humano, donde el logro de la cura nos propone el desafío de descubrir la información y el sentido que contiene la enfermedad. La medicina vibracional intenta el tratamiento direccionado a las energías de la fuerza vital del ser humano, basándose en que el orden molecular del cuerpo físico no es más que una compleja red de campos energéticos entrelazados, que se ven afectados en gran medida por nuestras emociones, por factores sociales, económicos, culturales y ambientales y por la negativa de la personalidad a aceptar los dictados de su alma.

La enfermedad es, desde la perspectiva holística, un desequilibrio. Y es el resultado de olvidarse de quién es uno. Este olvido crea pensamientos y acciones que conducen a una forma de vida insana y, en su momento, a la enfermedad. La función del terapeuta es ser un canal para ayudar a que el alma recuerde quién es.

Aun cuando la palabra “terapia” se utiliza en general para significar el tratamiento y cura de enfermedades, la raíz griega therapeia tenía el significado más amplio y espiritual de “servicio”, relacionado a la palabra therapeuein, que significa “cuidar”. Es en este sentido de servicio y cuidado que hablamos de ser terapeutas florales, como una forma de nutrir y sostener la salud con las fuerzas benéficas de la naturaleza, en el contexto de una atención humana plena de sabiduría y amor.

El trabajo del terapeuta floral implica tanto lo intelectual como lo intuitivo, al momento de la selección de las esencias apropiadas. La comprensión de las cualidades de las esencias florales y de los temas del alma humana no es una actividad meramente intelectual. Requiere una percepción consciente y una armonización profunda del corazón con la mente, usando los propios poderes de observación, de discriminación y de juicio. La intuición y la comprensión cognitiva deben estar integradas.

En última instancia, la terapia con esencias florales es una relación íntima, basada en el alma, entre el terapeuta y la esencia, entre el terapeuta y el paciente y entre el paciente y la esencia. Para que estas relaciones sean eficaces, como terapeutas florales debemos estar dispuestos a comprometer nuestra mente y nuestro corazón y desarrollar una presencia empática, así como una armonía sensible.